martes, 30 de diciembre de 2008

De vuelta a la guerra civil. Fijar las responsabilidades

Comprende Jorge M. Reverte, y acaso con razón, que se pueda decir que así como la República era un régimen democrático entre cuyos apoyos había muchos asesinos, el movimiento que dio paso a la rebelión franquista se puede definir como un sistema criminal al que también apoyaban personas decentes. Es un interesante punto de vista, como lo es sostener que los historiadores, y su interpretación de los hechos, fueron franquistas en los años cincuenta y republicanos en los años posteriores. Cualquiera que haya hecho historia en esos años lo puede atestiguar. ¿Es esta la generación que puede afrontar la realidad sin obediencia de partido?

Al contrario que con las fosas abiertas y cerradas -por la ley de la Memoria Histórica-, se podría sostener que hay hechos desenterrados y enjuiciados -las brutalidades de Franco, Queipo, Mola, la Falange...- y hay otras responsabilidades que aún quedan por establecer. Por ejemplo, las de la Internacional Comunista en las decisiones que condujeron a la matanza de Paracuellos, con la colaboración personal y material necesaria de miembros de la dirección del PCE, pero también Andreu Nin y otros numerosos casos. Dice J. M. Reverte:
Sin embargo, permanece en el aire una opinión generalizada que atribuye inocencia en torno a las posiciones de otros grupos políticos que, a lo más, cargan con la culpa de haber practicado una violencia ciega, espontánea y de respuesta, pero nunca de haber desarrollado esa violencia de forma científica y genocida. Dirigentes anarquistas y del POUM son, por lo general, los beneficiarios de esa benévola opinión generalizada.
Basta leer la prensa de la época para comprobar que desde Solidaridad Obrera o La Batalla se hacían llamamientos directos al exterminio de religiosos o de burgueses. Hay incluso testimonios que avalan que la FAI, la rama pistolera del anarquismo, tenía en Barcelona un plan sistemático de eliminación de personas antes de que se produjera la sublevación del 18 de julio de 1936.
El caso extremo es el de Paracuellos. Porque si bien parece ser incontestable que la iniciativa partió de un agente de la Internacional Comunista como Vitorio Codovila, uno de los creadores del V Regimiento, la decisión se concretó por un acuerdo entre las cúpulas del Movimiento Libertario y las Juventudes Socialistas Unificadas en la Junta de Defensa de Madrid. Las sacas de noviembre y diciembre fueron ejecutadas por orden de Amor Nuño, un joven anarquista presente en la Junta y alguien no identificado de las JSU, organización ya de obediencia comunista, que sólo podía ser Santiago Carrillo o su segundo, José Cazorla. A Segundo Serrano Poncela le tocó obedecer y poner en marcha la matanza. Esta responsabilidad está comprobada en el acta de la reunión del Movimiento Libertario de Madrid celebrada el 8 de noviembre, que tuve la fortuna de encontrar en los archivos anarquistas hace tres años.
Pero hay más: Melchor Rodríguez, el ángel de las prisiones, estuvo presente en esa reunión, y no figura su opinión al respecto. Lo que sí sabemos es que fue destituido oportunamente por su jefe, Juan García Oliver, ministro de Justicia del Gobierno de Largo Caballero, seguramente porque no mostraría su acuerdo con las matanzas proyectadas. Rodríguez fue repuesto en su cargo el día 6 de diciembre, cuando las sacas se terminaron. García Oliver estuvo, por tanto, informado de que se iba a proceder a la matanza, aunque en sus memorias, repletas de fantasías y tardías justificaciones, intentara echar toda la responsabilidad sobre dirigentes como Margarita Nelken.
Es hora de poner en su sitio esta opinión tan viciada por su partidismo:
El antiguo líder de las juventudes socialistas (Carrillo) quedará para la historia como uno de los principales responsables de la matanza de Paracuellos, de los intentos de volver a la guerra civil (¡qué vocación!) mediante el maquis, y también de la liquidación de bastantes camaradas que pudieran hacerle sombra, según su camarada Líster y más testimonios.
Como no menos viciada es esta otra:
Pero en un momento de tantas carencias y tanto desorden, ¿cómo organizar una comitiva para que se llevara los presos? Era más fácil que los liquidaran. Y no creo que fuera difícil convencer a los milicianos. Paracuellos fue terrible, pero lo entiendo. El pánico era demasiado grande y el peligro de tener tantos oficiales enemigos dentro era indiscutible. Se les había dicho que se pasaran a los republicanos, y se negaron.
Aquí está ejemplarmente explicado el caso de Paracuellos.