domingo, 26 de octubre de 2008

El caso de Milan Kundera

La Checoslovaquia comunista de principios de los cincuenta es una sociedad totalitaria. La delación se premia, el silencio se paga. Dos jóvenes se cruzan en un puente de Praga el 14 de marzo de 1950. Él es Miroslav Dvoracek, un ex piloto del Ejército checoslovaco, del que había desertado, y ahora es un guapo espía que trabaja para Estados Unidos. Ella, Iva Militka, una rubia estudiante ingenua y escasamente politizada. Él le pide un favor, ella le ayuda, pero se va de la lengua. Miroslav lo pagará muy caro.

Cuando Milan Kundera tenía 20 años, en 1950, denunció a Miroslav que fue condenado a muerte, aunque luego se le conmutara la pena por 14 años de trabajos forzados en una mina de uranio. Kundera como cualquier escritor se ha comportado como un oportunista. Levantaba la nariz y oteaba por donde venía el viento. En aquellos años venía del este. Pertenecía al partido comunista, tuvo una trifulca con un jefezuelo y se valió de la delación para arreglar el asunto. Pasados los años, seguía con la nariz levantada, así que estuvo listo cuando el viento cambió de dirección. Ser disidente vendía mucho y con un título apañado, La insoportable levedad del ser, aún se vendía más.

Los escritores no son valientes, cómo tampoco lo son los cómicos, como tampoco la mayoría de la gente. Un alto porcentaje de la población es cobarde. O no se mete en política o asume las ideas del régimen, como un Rubianes que con Franco hubiese gritado ¡viva España!, pero que ante el público de TV3 se mea de risa, ¡puta España! En ello les va el sustento.

Kundera estaba a punto de pasar al cajón de los escritores que ya no se leen. Hay tantos. Incluso los hay que editan por millones y nadie los lee. Ahora tiene la gran oportunidad. Contar lo que pasó. Sus tiernos 20 años, su militancia, la delación. Cómo lo hizo, qué consiguió a cambio. A lo peor no levanta el peso de la humillación, pero ese último acto de coraje produciría un libro útil y acaso duradero.

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Aquí, la historia al completo. Iva Militka le contó a su marido Miroslav Dlask, que le contó a Kundera que informó a la policía. Miroslav Dvoracek cumplió 14 años en las minas de uranio.
Militka ha cargado durante toda su vida con el peso de la culpa, siempre se reprochó haber contado ese encuentro a su marido. En numerosas ocasiones le preguntó si había sido él quien informó a la policía. Dlask siempre calló. Hasta 1992. Entonces, dice Militka, le contó la implicación de Kundera. "Me sentí feliz y aliviada", reconoce. Aunque eso no exculpaba a su marido. "Si informó fue para protegerme", declara. "En aquel momento, dar información al Estado no era malo".
Los que exculpan a Kundera hablan así:
"En aquellos momentos, si un comunista escuchaba la historia de un agente debía informar. Es como si ahora alguien supiera de un terrorista islámico y no dijera nada". Lo explica en su estudio Ivan Klima, gran escritor checo, contemporáneo de Milan Kundera. Dice que la Checoslovaquia de los primeros cincuenta fue un estado "terrorista" hasta la muerte de Stalin, en 1953. "Si no informabas, te podían caer cinco años, o te podían ahorcar".
¿Cómo puede basarse una acusación de tan graves consecuencias en un único documento más que dudoso y usando tantas expresiones inseguras? Dudoso porque en la Checoslovaquia de los años cincuenta era práctica cotidiana por parte de la policía perpetrar denuncias, ya que cualquier agente que recibía una era condecorado con facilidad. No olvidemos que denunciar al "enemigo del pueblo" era muy bien visto por las autoridades, no en vano la ley declaraba culpables no sólo a los delincuentes sino a cualquiera que conociera un delito y no lo denunciase.

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