jueves, 27 de noviembre de 2008

Nicaragua, el reino de los cerdos

Hace poco un periodista llamaba a la actual Nicaragua el reino de los cerdos, por la pocilga en que la habían convertido alguno de los antiguos sandinistas con Daniel Ortega a la cabeza, comparándolos con aquellos cerdos que, en Rebelión en la granja, de George Orwell, engañan al resto de animales prometiendo igualdad y justicia si se rebelan, pero que al tomar el poder los sojuzgan de nuevo.

Los sandinistas llegaron al poder en Nicaragua en 1979, tras dirigir la insurrección contra el dictador Anastasio Somoza. En la izquierda mundial hubo fiesta. Se admira a los jóvenes rebeldes, aunque se descubra tarde que, como el Che, no son tan románticos e idealistas como se supone.

Pocas cosas tan deprimentes como el deterioro del ideal revolucionario, el lento deslizamiento de nuestros héroes hacia el estercolero de la historia. Como Mayo del 68, como la Revolución de los claveles, la Revolución Sandinista contra el dictador Somoza, aparecía como una causa justa. Pero como siempre sucede los dirigentes revolucionarios sustituyeron los intereses del pueblo por los suyos propios sin dejar de usar la retórica revolucionaria.


Daniel Ortega debe de ser uno de los politicos más inmorales de la actualidad -no, sin embargo, un asesino como sí lo fueron otros que también hablaban en nombre del pueblo. Traicionó a sus compañeros sandinistas, se alió con el derechista corrupto excarcelado Arnoldo Alemán, acude a las misas de su antiguo enemigo el cardenal Obando, ante quién se casó con su compañera de guerrilas Rosario Murillo. Esta aportó una hija al matrimonio, a la que Ortega acosó y de la que abusó desde niña. En las recientes elecciones municipales, mandó arrojar los votos de la oposición a la basura, literalmente, en un fraude cantado como la lotería de navidad. Nicaragua es el país más pobre, tras Haití, de América.

Ahora una escritora sandinista, Gioconda Belli, desengañada cuenta desde dentro su desilusión:
La llamada piñata sandinista fue vergonzosa. Si bien la propiedad de la tierra fue legalizada a las cooperativas, en un acto de democratización del área propiedad del pueblo compuesta por los bienes confiscados a Somoza y la dictadura, cuadros sandinistas alertados sobre el valor de estas tierras, las compraron a los cooperados y pasaron a ser dueños, entre otras cosas, de las anchas costas del Pacífico nicaragüense que hoy son vendidas a inversores europeos y norteamericanos por millones de dólares. La piñata causó nuevas deserciones en el interior del FSLN por desacuerdos éticos, pero generó, al mismo tiempo, complicidades estrechas ya no basadas en ideales y sueños, sino en negocios o en el mutuo encubrimiento. El FSLN se apropió de emisoras de radio y equipos de televisión. Fundó un banco y formó empresas usando los nombres de cuadros leales que también se enriquecieron.

Hecho esto, Ortega escenificó el regreso del hijo pródigo a los brazos de la Iglesia católica, a quien atribuía una influencia decisiva en sus previas derrotas electorales. Empezó a visitar a su antiguo némesis, el cardenal Miguel Obando y Bravo. Poco después, éste ofició la misa en que el líder sandinista se casó por la iglesia con su compañera de vida, Rosario Murillo (cuya hija lo acusó en 2003 de abuso sexual desde los 11 años), y sus discursos se llenaron de frases bíblicas y alabanzas a Dios. Como ofrenda final, Ortega apoyó la revocación de una disposición constitucional del siglo XIX que autorizaba la interrupción del embarazo si hacía peligrar la vida de la madre.

No hay comentarios: